Con 24 años elegí ser mamá por primera vez. No lo pensé, ni lo sopese. Tampoco calcule, ni contemple si iba a ser fácil o difícil. Si iba a tener los medios económicos para solventar tamaña empresa o si podía a ser capaz de criar, educar y formar a un ser humano cuando hasta ese momento, yo también era un ente en proceso.
Simplemente lo busque y lo desee como algo inherente a la construcción de la familia propia que tanto había ansiado tener. Fue complicadamente maravilloso. Nos sobraba poco pero nunca nos faltó nada. Valore a mi propia madre y extrañe no tenerla conmigo. Mis hermanas, las mujeres de mi vida se turnaron para alentarme, atender mis preguntas: ¿Como me doy cuenta si tiene hambre, si es mastitis, si tiene sueño, si tiene fiebre, si son los dientes? Y a atajar las indagaciones más embarazosas de parte de los niños de la familia en pleno almuerzo dominical: ¿Tía, por dónde va a salir el primito nuevo?
Llegó la segunda y postergue la carrera. Pude quizás viajar pero vino la tercera y cuando podría haber empezado a saborear las mieles de cierta libertad, me embarque en la cruzada de buscar al varón. La experiencia previa, la edad y el saber que toda etapa empieza y que rápidamente termina hizo que a esos bebes los gozara de una manera mucho más consciente y relajada. Los madrugones, las noches en vela, los cólicos sin fin. Todo, aunque parezca que no, pasa.
Cuando te queres acordar ya no usan pañales, se quedan solos a jugar en lo de los amigos y ya no quieren dormirse en tus brazos. Dejan de ser solo tuyos para pasar a ser hijos de la vida. Te falta el bebé de la casa, y es ahí cuando a mí en particular me empieza a chillar el útero.
Carmen, mi hermana mayor me decía que cuando dejaba de escuchar pasitos en el pasillo que corrían rumbo a su cuarto en la noche, sentía que era hora de encargar otro bebé. Pero fue Elisa la que ante mi pregunta de cómo se animó a tener tantos hijos, la guapa con muchísimo esfuerzo crió a seis, me dio en el alma con su respuesta: “Es que Maria, quise conocer al próximo.”
….Yo también quisiera conocerte y me está costando horrores resignarme a la idea de no llamarte mas, Cigüeña. Pero guardo la esperanza de que dejes en los brazos de una de mis sobrinas o amigas, que tan ocupada te tienen, un bizcochito dulce para comerlo a besos y así por lo menos despuntar el vicio….
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